RESEÑA – DOLOR Y GLORIA

RESEÑA – DOLOR Y GLORIA

02/07/2019 0 Por Lalo Olivares

Reseña por Oscar Velázquez

DOLOR Y GLORIA

Almodóvar exhibe pleno control de sus facultades como creador, y demuestra que puede aprovechar el potencial de su obra pasada con una madurez notable, con una visión de notable eficacia. Dolor y gloria es una película admirable, una futura referencia ineludible para estudiar el cine de Almodóvar. Pero madurez, control, astucia y eficacia no eran las características destacables de películas como Átame y Matador: pasionales, sanguíneas, inolvidables y contundentes aún con su falta de equilibrio (o justamente debido a ella), esas que supimos amar con menor admiración por la genialidad y con mayor deseo.
Algunos de ellos físicos, otros recordados: su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia en busca de prosperidad, el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única terapia para olvidar lo inolvidable, el temprano descubrimiento del cine y el vacío, el inconmensurable vacío ante la imposibilidad de seguir rodando.

‘Dolor y gloria’ habla de la creación, de la dificultad de separarla de la propia vida y de las pasiones que le dan sentido y esperanza. En la recuperación de su pasado, Salvador encuentra la necesidad urgente de narrarlo, y en esa necesidad, encuentra también su salvación.

Como otros autores cinematográficos -es decir, artistas que no solo filman sus películas, sino que además las firman-, Pedro Almodóvar ha trabajado en su carrera con muchos elementos autobiográficos. Y en Dolor y gloria, además, como lo hicieron antes François Truffaut en La noche americana, Federico Fellini en Fellini 8½, Woody Allen en Recuerdos y el propio Almodóvar en La ley del deseo y La mala educación, pone como protagonista del relato a un director de cine de nombre Salvador Mallo, interpretado por Antonio Banderas, que recibió el premio al mejor actor en la reciente edición del Festival de Cannes. Se hizo justicia con Banderas, porque aquí logra algo tremendamente difícil: trabajar como un equilibrista en un acto de extrema dificultad y, gracias a su prestancia (algo así como una respiración exacta y un temple carismático), logra que esa necesidad de balancearse no se note jamás.
El equilibrio de Banderas es crucial para “hacer de Almodóvar” -con todas las aclaraciones de ficcionalización, etcétera, que también hacía Truffaut-, un Almodóvar, claro, mucho más lindo, como también hacía Fellini con sus alter ego. Dolor y gloria tiene algo así como una construcción genial, equilibrada (también Almodóvar sabe caminar por la soga) y abreva de formas diversas en la ya enorme filmografía anterior del director.
Esta es una película autoral desde tantos ángulos -no faltan los colores alejados de las sutilezas, los decorados, las mujeres fuertes- que podría haberse convertido en un film paquidérmico. Pero la astucia de Almodóvar está en las dosis (y eso quizá se espeje en la forma de presentar, otra vez, la heroína, “la droga de la movida”) de cada elemento: el dolor ante los achaques, el ego, las dificultades creativas, el pasado (o, mejor, los pasados), el lugar del arte, el deseo y el amor.